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JAZZ & AMOR PROPIO


A los 17 años tenía sobrepeso. Sin importar las dietas, las visitas al nutriólogo y las horas en el gimnasio, yo seguía sin bajar de peso. Me llevaron a un endocrinólogo y fui diagnosticada con algo llamado Síndrome Metabólico. Long story short, pasaron unos 5 años y yo seguía “gorda”.

Un día, me desperté y dejé de negar mi depresión y falta de autoestima. Era frustrante no comer lo que me gustaba, mi relación con la comida estaba muy dañada, odiaba ir al doctor, tomar medicinas, ir al gimnasio y no tener los resultados que yo quería. Odiaba verme al espejo, odiaba que me tomaran fotos, odiaba que la gente comentara sobre mi cuerpo, aún si era algo positivo.

Mandé todo al diablo: las batas blancas, las pastillas, el ejercicio guiado, las tallas en mi ropa nueva, la opinión de los demás… Y eso me ayudó a recuperar mi salud mental, pero no mi peso ideal.

Poco a poco aprendí a observar y escuchar a mi cuerpo, comencé a comer lo que yo sentía que me hacía bien, sin importar las calorías, cuidando las porciones y, de hecho, empecé a ver cómo disminuían poco a poco los números en la báscula.

Hace unos meses mi cuerpo me pedía algo diferente, me costó trabajo entenderlo, pero el destino/universo/Dios/la vida… cómo quieran verlo, puso en mi camino una muy hermosa clase de jazz lírico.

Todo tipo de arte se enfrenta, tarde o temprano en la historia, a una corriente que elige no cuadrarse a las reglas y cambiarlas para expresar más, para encontrar la libertad de la naturaleza. Así nace el jazz: como hermano rebelde del ballet.

No puedo decir que fue amor a primera vista porque lo cierto es que cuando decidí entrar al mundo dancístico. La razón principal fue mi frustración ante aquella primera clase. No podía seguirle el paso a los otros, mi flexibilidad era nula, mi memoria corporal no me permitía bailar sin estar siguiendo a los demás… El reto más grande ese día, pasar dos horas frente al espejo, observándome constantemente, sabiendo que estaba fracasando, comparándome con los demás, que se veían agraciados, confiados y concentrados.

El primer mes fue complicado, pero el movimiento se volvió adictivo. Me sentía con más energía, mi creatividad comenzó a fluir de una manera diferente y al escuchar música era como estar dentro de la melodía. Mi competitividad me llevó a hacer ejercicio por mi cuenta para aumentar mi condición física y sobrevivir sin problema alguno.

Empédocles, filósofo griego de la naturaleza, propuso que por principio, el movimiento es vida. Cuando comiences a bailar (y recomiendo ampliamente que lo hagas) conocerás músculos nuevos que necesitan despertar y estirarse. Descubrirás un nuevo aspecto de tu imaginación, pues el jazz es un estimulante creativo, sentirás cómo se reducen tus niveles de estrés y cómo se moldea tu figura.

Está comprobado que la danza favorece la circulación sanguínea y mejora el riego cardiovascular, ayuda a combatir la artrosis al poner en movimiento las articulaciones, los cartílagos y los músculos, además beneficia el aparato respiratorio y digestivo.

El jazz me ha enseñado sobre dolor, resistencia, paciencia, que algo tan sencillo como respirar puede hacer la diferencia cuando te enfrentas a un reto. He aprendido que los límites son mentales y la perseverancia lo es todo. Estoy a dos kilos de alcanzar mi peso ideal, pero eso dejó de ser relevante porque me siento cómo nunca. No me da miedo enfrentarme al espejo, sentirme bonita, saberme fuerte... Amarme.



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